Faltan un par de horas para saber si estamos ante el momento más importante del baloncesto español (mientras escribo esto, estoy asistiendo al final de una generación dorada, que va tomando un tono de bronce), pero hoy no quiero hablar de un oro histórico o de una plata dulce. La final será la comidilla de la semana en el Planeta Basket, pero como aquí uno es un friki de cuidado se pone a pensar en otros temas.
Cuando explico lo que hago de mi vida y lo que intento aplicar aquí, mucha gente alaba mi objetivo. Hacer de un conocimiento algo multidisciplinar, desarrollarlo a partir de otros saberes accesorios y sacarle un partido enorme, cuesta bastante, pero tiene su satisfacción a la hora de ver los resultados. Tomar como base el baloncesto y aplicarle economía, política y otros factores sirvió para que me cascara el especial de NBA China, así que cualquier otra iniciativa que siga ese camino no puede quedarse sin la respuesta de la gente a la que le interese el tema.
Una cosa es saber y otra bien distinta, conocer. Sobre el saber ya ha hablado Gonzalo Vázquez en uno de los mejores trabajos analíticos del pasado verano. Por eso quiero concentrarme en el conocimiento, separando el práctico del teorético. Mientras que el conocimiento práctico es todo aquel que podemos ver, manejar y utilizar a placer, el teorético se limita a su entendimiento y aplicación pero sin poder modificarlo. Conocemos los movimientos de las mareas y los usamos, pero no podemos modificarlas a nuestro antojo.
El basket durante una concentración olímpica es 90% conocimiento práctico, 10% teorético. Sobre ese tema ya hablé ("no es cosa de ver vigas en ojo propio, sino pajas en los demás"), pero siempre hay lugar para este último, siempre. Hay entrenadores perfeccionadores, que trabajan durante horas las jugadas y la técnica, y entrenadores perfeccionistas, que tocan todos los palos para explotar al máximo sus posibilidades. Lo malo es que no encontramos tantos en el baloncesto últimamente. De ahí que ahora mismo me venga a la mente el entrenador más infravalorado de estos Juegos, Maurits Hendriks: un tío capaz de mandar a comprar la moqueta que se iba a utilizar en Pekín, de cambiar los ritmos para adaptarse a la temperatura y horarios de China... en fin, un friki de lo suyo.
Quizá no lo valoramos tanto porque es una cosa que aquí no se hace, porque los entrenadores se concentran en entrenar, mientras que los scouts y “espías” siguen de cerca a los rivales y los asistentes colaboran con el trabajo físico. Algún día se nos hará raro no ver a un “friki” en un banquillo, algún día los que necesitan ayuda serán pocos.
Cuando explico lo que hago de mi vida y lo que intento aplicar aquí, mucha gente alaba mi objetivo. Hacer de un conocimiento algo multidisciplinar, desarrollarlo a partir de otros saberes accesorios y sacarle un partido enorme, cuesta bastante, pero tiene su satisfacción a la hora de ver los resultados. Tomar como base el baloncesto y aplicarle economía, política y otros factores sirvió para que me cascara el especial de NBA China, así que cualquier otra iniciativa que siga ese camino no puede quedarse sin la respuesta de la gente a la que le interese el tema.
Una cosa es saber y otra bien distinta, conocer. Sobre el saber ya ha hablado Gonzalo Vázquez en uno de los mejores trabajos analíticos del pasado verano. Por eso quiero concentrarme en el conocimiento, separando el práctico del teorético. Mientras que el conocimiento práctico es todo aquel que podemos ver, manejar y utilizar a placer, el teorético se limita a su entendimiento y aplicación pero sin poder modificarlo. Conocemos los movimientos de las mareas y los usamos, pero no podemos modificarlas a nuestro antojo.
El basket durante una concentración olímpica es 90% conocimiento práctico, 10% teorético. Sobre ese tema ya hablé ("no es cosa de ver vigas en ojo propio, sino pajas en los demás"), pero siempre hay lugar para este último, siempre. Hay entrenadores perfeccionadores, que trabajan durante horas las jugadas y la técnica, y entrenadores perfeccionistas, que tocan todos los palos para explotar al máximo sus posibilidades. Lo malo es que no encontramos tantos en el baloncesto últimamente. De ahí que ahora mismo me venga a la mente el entrenador más infravalorado de estos Juegos, Maurits Hendriks: un tío capaz de mandar a comprar la moqueta que se iba a utilizar en Pekín, de cambiar los ritmos para adaptarse a la temperatura y horarios de China... en fin, un friki de lo suyo.
Quizá no lo valoramos tanto porque es una cosa que aquí no se hace, porque los entrenadores se concentran en entrenar, mientras que los scouts y “espías” siguen de cerca a los rivales y los asistentes colaboran con el trabajo físico. Algún día se nos hará raro no ver a un “friki” en un banquillo, algún día los que necesitan ayuda serán pocos.
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